
Einstein y la crisis
Albert Einstein
"No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos.
La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias.
Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar "superado".
Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.
El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones.
Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.
Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, TRABAJEMOS DURO. ACABEMOS DE UNA VEZ CON LA ÚNICA CRISIS AMENAZADORA, QUE ES LA TRAGEDIA DE NO QUERER LUCHAR POR SUPERARLA."
Albert Einstein
"No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos.
La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias.
Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar "superado".
Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia.
El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones.
Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia.
Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto, TRABAJEMOS DURO. ACABEMOS DE UNA VEZ CON LA ÚNICA CRISIS AMENAZADORA, QUE ES LA TRAGEDIA DE NO QUERER LUCHAR POR SUPERARLA."
Asociación Psicoanalítica PSICOANALISIS, CRISIS Y SUBJETIVIDAD.
Dr. Hugo Lerner*
Quiero adelantarles que lo que aquí voy a desarrollar tal vez resulte un poco inconexo y desprolijo, pero mi intención es formular algunas ideas para disparar otras, si es posible, en la discusión posterior.
También quiero señalar que en todo momento me referiré a las personas de clase media urbana, a sabiendas de que éste es un recorte de la realidad. A mi entender, otros sectores sociales presuponen problemáticas diferentes, que aquí no abordaré.
Reflexionar acerca de la situación actual en la Argentina y la subjetividad nos propone de entrada un vértigo de comparaciones, de semejanzas y diferencias con otras épocas y sus respectivas crisis. Pero lo primero que envolvió mi pensamiento fue una confusión: no podía ubicarme con exactitud en cuanto al momento en que debatimos acerca de la situación mundial, la globalización y la subjetividad. ¿Fue el mes pasado, el año pasado?
Ya no nos reunimos para hablar del sujeto globalizado; ahora el tema de nuestro debate es este sujeto argentino, el de la crisis actual. ¿Es el mismo que aquel otro que estaba preocupado por la falta de sentido, aquejado por la “sinsentiditis” de la vida? ¿Ese sujeto vacío que podíamos homologar a cualquier otro que circulara, interactuando con los demás, en cualquier gran urbe del planeta?
No, no es el mismo. O en todo caso, lo es en su esencia pero no en su construcción actual, en la medida en que el sujeto no es sólo historia congelada, no sólo repite la historia, ni tampoco es un conjunto de identificaciones fijas, sino que es el producto de su interacción con su contexto y, por eso mismo, su subjetividad es cambiante. Ya quedó muy atrás como decía Castoriadis (1998): “la deliberada ignorancia de los psicoanalistas actuales acerca de la dimensión social de la existencia humana”... “El individuo con quien se encuentra el psicoanálisis es siempre un individuo socializado (lo mismo que quien lo practica)”... “Yo, superyó e ideal del yo son impensables si no se los concibe como productos del proceso de socialización. Los individuos socializados son fragmentos que caminan y hablan en una sociedad dada.”
Partamos de la idea de que una persona o, si quieren, un sujeto se encuentra en un ámbito de intercambio localizado en el espacio-tiempo, donde uno construye un mundo y a la vez es construido por ese mundo que construye. Se puede reservar el nombre de "subjetividad" para el espacio de libertad de esa creación (Najmanovich, 2000). Es una creación de otro y de uno.
En ese sentido, la subjetividad no tendría contenido sino que sería ese proceso. La subjetividad es la posibilidad que tiene un sujeto de crear al otro, al mundo y a uno mismo. La condición y el marco para la producción de subjetividades están dadas por el intercambio social, y también están dadas estructuralmente. Para un sujeto es imposible no producir subjetividad.
Si es así, dados diferentes acontecimientos sociales, la subjetividad o la producción de la misma serán diferentes y variarán de acuerdo con los vínculos que se establezcan o con los diferentes medios sociales en que se desarrolle un sujeto.
A menudo pienso la constitución del sujeto en función de un modelo que toma al narcisismo como eje central de su desarrollo, pero en el cual el narcisismo depende del objeto y del medio social para que dicho desarrollo sea posible. Aunque parezca paradójico concebir un narcisismo intersubjetivo, así es como lo pienso.
Los invito a que intentemos encontrar diferentes respuestas para esta pregunta: ¿Cómo se construye la subjetividad en este contexto impredecible, si, como decía, el medio social es parte fundante de la misma?
Durante la última década, el argentino vivió el sueño de "todo por dos pesos", metáfora que validaba la ilusión de que todo era posible dando muy poco a cambio. Pertenecíamos al Primer Mundo o teníamos la ilusión de pertenecer a él. Todo estaba a nuestro alcance. Como bien señaló Beatriz Sarlo (1994), si nos sumergíamos en un shopping porteño y nos aislábamos del idioma que escuchábamos, resultaba difícil discriminar si estábamos en París, Hong Kong, Nueva York o Londres. Las mismas marcas, la misma música.
Abruptamente, de ese "mundo feliz" global en el que teníamos todo a nuestro alcance pasamos a nuestro mundito latinoamericano lleno de faltas y ausencias. La ilusión de que si no todo, mucho era posible se ha desvanecido. Las fantasías omnipotentes que expandían nuestro yo y nutrían nuestro narcisismo se interrumpieron. La consecuencia ha sido más depresión, más trastornos para mantener el equilibrio narcisista (con el consecuente tambaleo en la autoestima), más dificultades para discriminar las “responsabilidades propias” de las “responsabilidades sociales”.
Winnicott señaló inteligentemente, con su concepto del holding, la importancia que tiene contar con un contexto estable y previsible para que alguien se integre y se convierta en persona. Las personas que han podido construirse y ser, en medio de este caos social, con esta ausencia de holding social, corren el riesgo de sufrir todos los trastornos derivados de las dificultades para la integración y la personalización. El equilibrio narcisista se perturba, la estructura de un self cohesivo, vital y dotado de un funcionamiento armónico, como diría Kohut, se pierde. Por supuesto, el grado de alteración dependerá de la biografía constitutiva de cada uno, pero podemos estar seguros de que nadie quedará inmune e invulnerable ante estas sacudidas a nuestro narcisismo y, por lo tanto, a las oscilaciones de nuestra autoestima, con las consecuentes manifestaciones de depresión o, a veces, de su contrapartida, la manía. Y no olvidemos las hipocondrías, las somatizaciones y los trastornos vinculares (de pareja, familiares, laborales,etc).
Si nos detenemos a reflexionar en el adolescente, víctima de la amputación de la utopía y la ilusión, no nos será difícil imaginarnos la alteración en la creación de ideales que sostengan un proyecto probable, un proyecto que lo convierta en un sujeto en el mundo. Como bien nos enseñó Winnicott, la ilusión (dentro de un espacio lúdico creativo) necesita de un contexto que fomente en el sujeto la creencia de que él está creando el mundo. Esa experiencia es imprescindible para gestar una realidad psíquica y externa confiable, con la concomitante creencia en esa “omnipotencia” necesaria para que el sujeto se sienta creador del mundo que lo rodea, o por lo menos un participante activo en él.
Freud nos señaló que el ideal colectivo deviene de la convergencia de los ideales del yo individuales, a partir de lo cual se van generando diferentes grupos. ¿Esto es posible hoy? Si no lo es, los adolescentes serán víctimas de la ausencia de sentido de agruparse y de ser solidarios. Si forzamos un poco la teoría, vemos que el ideal imperante en los últimos años en nuestro país, transmitido por sus figuras dirigentes, estuvo más ligado en definitiva al egoísmo y a la falta de solidaridad. Estos conceptos son opuestos a los que históricamente funcionaron como motores en el mundo del adolescente. El ideal se le ha vuelto a éste confuso, inestable y lejano. En todo caso, se supone que debe estar del lado de lo ajeno, lejos, en el extranjero.
En este escenario en que nos toca actuar, que rápidamente se puebla de desesperanza y escepticismo,
¿qué podemos hacer los psicoanalistas argentinos?
Hay una metáfora náutica frente a las tormentas: "Achicar paño y acompañar el temporal, pero seguir navegando, nunca tirar el ancla". Es una invitación a ubicarnos en toda circunstancia del lado de lo que se puede hacer, a deponer el ideal psicoanalítico de analizar "a todo trapo" (en el sentido de que sólo se puede psicoanalizar si se cumple con ciertas normas y reglas), porque de lo contrario no sólo anclaremos, sino que quedaremos varados.
Debemos estar alertas. La teoría de la técnica ha paralizado en ocasiones el poder creativo de los psicoanalistas. A veces se transforma incluso en una suerte de prisión superyoica que impide a muchos colegas sentirse libres y creativos, acompañar las ideas y momentos que la contemporaneidad nos impone. Ese acatamiento los congela detrás de una técnica “vera” y los aleja de techné, del arte creativo. De este modo, la técnica “vera” se convierte en ritual.
Si el analista se ve compelido a cumplir a ultranza con lo que él supone que debe hacer, me arriesgo a pensar que ese cumplimiento lo aleja inevitablemente de Freud. Esto en sí mismo podría no ser un problema, en tanto Freud tal vez estaría de acuerdo en que nos alejemos de él y lo cuestionemos. Lo más grave es que el analista se aparta de la singularidad de cada paciente con su contexto a cuestas, y de la necesidad de realizar con él un trabajo creativo, lo cual presupone crear una técnica a la medida de ese paciente y su circunstancia y no regirse por algún concepto talmúdico que debe respetar. El analista pasa a ser un obediente cumplidor de preceptos y deja de ser un fiel seguidor de la techné.
Con frecuencia los psicoanalistas nos hemos apartado de esa techné como arte, como acto creativo, y nos fuimos sumergiendo en un mundo técnico que nos alejó del mundo, de la realidad cambiante, en última instancia de los pacientes, en tanto sujetos pertenecientes a ese mundo también cambiante.
Para terminar, creo que las circunstancias actuales nos exigen más que nunca ser creativos. Aun en este momento caótico que invita al escepticismo, debemos generar espacios que permitan construir un proceso terapéutico. También hay que intentar salir afuera del consultorio: el psicoanálisis tiene mucho que decir y no debemos quedarnos callados.
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